sábado, 8 de marzo de 2014

Los nonos

Mis abuelos se sabían unidos en las buenas y en las malas.
Edificaron una vida juntos; ella en la casa y él trabajando en el campo.
Hijo menor de once hermanos (sí, once) desde niño mi abuelo se había acostumbrado a las privaciones y el trabajo duro. Era metódico, detallista, quisquilloso y la palabra empeñada era poco menos que sagrada para él.
Nacida y criada para atender casa, marido e hijos (en ese orden) mi abuela jamás conoció lujos o placeres que no fueran los de la vida diaria. A pesar de tener una educación formal escasa, tenía una sana disposición para entablar una amena charla con cualquiera acerca de cualquier tema. A diferencia de él, que jamás olvidaba una afrenta; no podía estar enojada con nadie por más de cinco minutos porque se le olvidaban motivos que podría llegar a tener para no hablar con todos.  
Juntos se levantaban temprano y desayunaban; después de la sagrada siesta juntos miraban la novela de la tarde, juntos preparaban la cena y se iban a dormir también temprano. Para empezar todo igual al día siguiente. 
Eran exactamente opuestos: impaciente, desorganizada y despistada ella; obsesivo y controlador él.
Guardaba, ordenaba y etiquetaba cosas, clavos, tornillos, tuercas y tuerquitas, botones. Cosas que ella disimuladamente desechaba tratando de que él no se diera cuenta, solo para volver a encontrar nuevas cosas en nuevos lugares; en un juego interminable de tira y afloja.
Descendiente de italianos ella, español de pura cepa él; no podían ni sabían comunicarse: 
-No podés ser más terco!, agredía ella.
-Igual a tu madre, contestaba él. 
De figura regordeta como un cuadro de botero, ella comía por ansiedad, miedo y depresión. En cambio a él todo le caía mal.  Era tenso, largo, enjuto; como un Aureliano Buendía cualquiera. Vanidoso, siempre se jactó de que ella se hubiera quedado soltera de no haber aparecido él en el horizonte. Ella contestaba que menos mal, porque ninguna otra mujer lo hubiera querido. 
Eran como esas figuras de los relojes que había antes en el campo, saben? Esos relojes cucú donde él salía si hacía frío y ella si hacía calor. O viceversa. 
De ella heredé la risa y el gusto por la música, siempre se ponía a bailar cuando escuchaba tarantelas en la radio. 
Él me enseñó el amor por la tierra, las plantas y los animales. 
Jamás conocí personas tan disímiles que funcionaran tan bien juntas; porque a pesar de las mutuas recriminaciones  -según él, ella no sabía cocinar ; según ella, él no le regalaba flores- nunca se separaron ni estuvieron alejados más de un día uno del otro.