martes, 25 de noviembre de 2014

Esta es una historia verídica.

 
No sabía su nombre cuando la encontré, la tarde de un sábado demasiado caluroso de finales de octubre. Su estado era lamentable: lastimada, famélica y deshidratada. La llamé Picha (cómo hacemos todos) cuando se detuvo a tomar agua en la esquina de Granada y Foster. Me miró, desconfiada y alerta, con las orejas levantadas y lista para salir corriendo al menor movimiento.
Reconocí su miedo y su dolor. Al costado de las vías del tren encontró un poco de sombra y se tiró, exhausta. Porfiada, la seguí, tratando con palabras suaves que entrara en confianza. Allí pude observarla mejor; tenía peladuras en sus patas y en su lomo, parecía haber tenido un bozal porque tres marcas en triángulo como de clavos o púas marcaban su cabeza. Tenía heridas sangrantes en los ojos y el hocico y estaba llena de sarna.
Cómo pude cargué a la cachorra hasta mi casa. Y, no les miento, a partir de allí empezó mi verdadero calvario. Frenética, agitada y babeando, empezó a girar sobre sí misma agarrándose la cola enloquecida como en una especie de ataque convulsivo. Estuvo así TODA la noche; temblaba y orinaba con sangre.
En un principio supuse que sería efecto de alguna droga. A la mañana siguiente, como no cedían estos “episodios” llamé al veterinario.
No voy a contarles todo. Costó acostumbrarla. Babea todo y se come mis libros y mis zapatos. Sí voy a contarles que hoy, a un mes de haberla encontrado, está casi curada. Y aunque está mucho mejor y tiene otra mirada, estos “ataques” se siguen dando. Especialmente al mediodía, a las 4/5 de la tarde y a las 4/5 de la mañana. ¿Por qué en esos horarios? ¿Será que ella escucha sonidos que yo no y responde a eso?
Si la perra ya no está enferma, lo que me queda es pensar que alguien condicionó al animal para que diera vueltas en una especie de calesita. Sabido es desde hace tiempo que en nuestra ciudad hay “personas” (si es que merecen ese calificativo) que torturan animales y los “entrenan” para que peleen. “Bailes”, lo llaman.
Las peleas de perros se han vuelto un flagelo en nuestra ciudad. La gente sabe quién las hace y dónde. Nadie denuncia. Algunos tienen miedo, a otros no les importa. También han aumentado los casos de mordeduras en la población.
Trenque Lauquen antes era una ciudad más pequeña y más tranquila. Durante años tuvimos un intendente ejemplar que trabajaba a la par (o más) que cualquiera y nos enorgullecíamos de ser una ciudad “Ecológica”. Ahora somos una ciudad en la que se tortura animales. Patético, triste, lamentable. No encuentro otras palabras.
Ahora la perrita tiene un hogar, se deja acariciar y juega con otros perros. Ahora se llama Loba.
Esta historia tuvo un final feliz. Agradezco el espacio que me dan para contarla. Aunque no dejo de pensar en otros perros que quizás estarán ahora sufriendo, siendo golpeados o maltratados en espera de su próxima pelea.