domingo, 23 de agosto de 2015

Aquiles


Kalima  alzó su cabeza de fiera olfateando el horizonte y entendió que algo andaba mal. No era el olor de la lluvia ni el de la primavera que se acercaba. Tampoco el de sus cachorros. Se detuvo un momento; sus fauces estaban agitadas y sus ojos amarillos brillaban en la oscuridad. Había salido de cacería mucho antes de que los primeros rayos del sol dieran sobre la llanura pampeana. Cada vez tenía que recorrer mayores distancias para conseguir alimento; los humanos (de los que siempre convenía alejarse) eran peligrosos y estaban por todas partes.
Ese mismo día, las cosechadoras se habían puesto en marcha con la madrugada. “Seguro hará calor”, había pensado el conductor oteando el horizonte. A media mañana se detuvo a descansar, navegó con su celular, contestó algunos mensajes y se tomó unos mates (Bebida típica de la zona rioplatense). Cuando estuvo listo, anotó todo en la grilla y reanudó su labor. Media hora después se detuvo; algo había impactado en su camino. Al bajar de la máquina se encontró con dos cachorros de puma que yacían escondidos entre los pastizales. Uno había muerto, probablemente por el impacto; el otro intentaba escapar aunque no podía levantarse. Confundido, el hombre lo cargó consigo y siguió. Era noche cerrada cuando terminó su jornada y aún no sabía que hacer con él.
Así fue que conocimos a Aquiles. Imagínense un gatito de peluche extra grande. Orejas paradas y redondas, pelaje suave y dorado, ojos amarillos del color del trigo. Tendría unos dos meses y ya era un ejemplar maravilloso. Personalmente pienso que no hay nada más armonioso o simétrico que la cara de un gato y estoy completamente de acuerdo con los egipcios que los adoraban como a dioses. Los perros son queribles, sí. Pero los gatos son entrañables. Cualquiera que haya tenido un gato como mascota sabe de lo que hablo, poseen una gracia y una belleza inigualable. Dicen que el intercambio es beneficioso, nosotros les brindamos alimento y refugio y ellos… bueno, ellos son un poco más independientes y se limitan a ronronear cuando quieren comida o una siesta.  
¿Qué hacer? Nos encontrábamos frente a un dilema ético y moral, no podíamos quedárnoslo ni soltarlo porque aunque los pumas son solitarios por naturaleza, un cachorro necesita aprender habilidades que le permitan sobrevivir. Éste además estaba lastimado.
Lo cuidamos alrededor de un mes. En ese tiempo creció y se recuperó. Con resignación optamos por llevarlo a un Zoo. Cómo podrán suponer, jamás volví a verlo. Aborrezco ese tipo de lugares y creo firmemente que deberían estar prohibidos.

 Kalima se acercó un poco más tensando sus potentes músculos. La fisonomía de los pastizales había cambiado. Olfateó con precaución. A su alrededor la tierra había sido removida y sus cachorros habían desaparecido.