jueves, 27 de febrero de 2014

Ipso Facto II

Con el paso de los años había aprendido a aceptar y hasta disfrutar el hecho de que el el estado del tiempo reflejaba sus estados de ánimo. 
Jamás se jactó de ello y jamás se lo contó a nadie; segura estaba de que las personas no entenderían tamaño desafuero.                                                Quién era ella, después de todo para dirigir el clima? 
La primera pista la tuvo durante una tarde otoñal en la que no paraba de llorar/llover. Más allá de la coincidencia, notó también que cuando estaba contenta la brisa era suave y el mar parecía más calmo y brillante. 
Las coincidencias la habían asombrado de niña: el sol alumbraba radiante cuando se le ocurría salir a juntar flores o buscar mariposas pero se ocultaba detrás de pesados nubarrones si es que debía -obligada- hacer la tarea. Y aunque jamás creyó que fueran algo más que eso: coincidencias;  se sabía responsable por los vaivenes climáticos que estaba segura le pertenecían. 
Había comprobado que el tiempo cambiaba en cuestión de segundos según cambiara su temperamento; seco y ventoso si lidiaba con dificultades, caluroso cuando sentía ira o impotencia frente a las injusticias; pero nublado y frío si estaba triste o cansada. 
Ella era la causa o ella era la consecuencia?  
Y aunque jamás lo confesó se burlaba interiormente de todos los pronósticos climáticos por serios que fueran; presentando detalles de una nube aquí o nubarrón allá, un viento aquí o una brisa allá que a su entender no eran más que puras adivinaciones sin ningún tipo de fundamento científico. 
Dado que, si ella jamás podía predecir como se levantaría al día siguiente era increíble y hasta ofensivo que unos señores de trajes aburridos pudieran  asegurar que sucedería "en las próximas horas". 
Acaso, tenían ellos la misma probabilidad de acertar en el pronóstico que ella de adivinar la corbata que usarían ese día. 





Reunión

El adulto Alex sintió que había llegado la hora de decidir, de manera que esa noche, - sin previo aviso - convocó a los demás.
 
Aunque la mayoría de las veces pasaba desapercibido, el Alex niño siempre estaba presente... le gustaba salir a nadar y andar en bicicleta, odiaba las matemáticas y las interminables reglas de los adultos lo aburrían mortalmente. Sin embargo había logrado conquistar a Ana y ella lo extrañaba cuando no estaba cerca. Sin saberlo, a pesar de su corta edad era el más sabio de todos.

El Alex viejo se desparramó en su sillón, como siempre. Últimamente se levantaba más cansado de lo que se acostaba y se quejaba por dolores varios. Producto de microlesiones deportivas sufría de reuma, artritis y las rodillas ya no le respondían cómo antes. Recordaba a la Ana inquieta e imparable, la que gustaba de caminar por la playa,  como si fuera ayer. Sin embargo la que más le gustaba a él era la que cocinaba los fines de semana o lo acompañaba los días de lluvia.

Debido a su condición, el joven Alex, tímido, casi no aparecía en este tipo de encuentros... Se lo había visto por primera vez el día que la conoció (esperando el tren) y en alguna que otra reunión con familiares y amigos y aunque estaba seguro que sus opiniones no serían tomadas en cuenta, él disfrutaba de la Ana más callada y melancólica.

El Alex apurado, impaciente y olvidadizo se quedó poco tiempo, por obvias razones. Le tenían sin cuidado estas cuestiones y pensaba que en realidad eran una pérdida de tiempo. Las cosas son o no son. Y no pueden cambiarse.
 
En los últimos minutos apareció "Red Alex", que era impulsivo y entusiasta. Había recibido ese apodo de parte de sus amigos de la universidad gracias a una chaqueta de la que nunca se desprendía. "Red Alex" no pensaba, actuaba. No albergaba miedos, resentimientos ni dudas. Nadaba o saltaba en paracaídas con la misma destreza y aunque jamás lo hubiera reconocido delante de los otros, sentía que Ana aportaba solidez a su vida. Ella era la roca, milenaria, por la que él escalaba. 

A pesar de ser engreído y un poco arrogante, -todos acordaban- a él  pertenecía la inmensa sonrisa que la había conquistado. 
Seguramente, él tendría la última palabra.