miércoles, 24 de abril de 2024

La cárcel

Son exactamente setenta metros de largo por treinta de ancho. Los he contado. Todo el patio está rodeado por un alto muro de cemento y, apostados cada veinte metros (más o menos) hay un celador.  El celador vigila, esa es su función. Nadie entra y nadie sale. 
Muchas veces por las tardes me distraigo pensando cómo escapar; la estrategia es simple: podría correr por el lado oeste de la muralla (el menos protegido, creo) cruzando el lugar donde muchos de mis compañeros se juntan a jugar baloncesto (yo pese a ser veloz no tengo la altura suficiente) y cual pelota rebotar, impelerme y trepar hasta alcanzar el lado opuesto del muro y con él la libertad. 
También me he encontrado muchas veces idealizando el salir, como todos, en alguna de las furgonetas que se acercan cada semana a traernos víveres, ropa donada o algo así. 
Cuando recién entré me daba por pensar si no sería al revés; que los muros nos protegen a nosotros de ellos. De los que están afuera. 
Una vez dentro me procuré la protección de un grupo. Todos sin excepción tienen su líder -el matón- y cuatro o cinco que obedecen. A algunos les da por hacerse tatuajes o cosas así; pero yo no soy de esos.
Lo importante creo, es que te dejen tranquilo. O al menos así me pasó a mí, que para no tener problemas, entré en el grupo de los que consiguen cosas de afuera (cigarrillos y otras bagatelas).            
Nadie te molesta si te creen necesario.
La rutina es siempre la misma, levantarnos a las 7 e ir al comedor a desayunar: pan y mate cocido; mate cocido y pan,  para luego empezar con las tareas del día. La distribución de tareas corresponde al celador más viejo. Nos separan en grupos rotativos: limpieza, lavandería, herramientas, trabajos con madera o metal.
Los comunicados -cuando hay alguno- se hacen también por la mañana, donde nos formamos en hileras -para no generar disturbios- y siempre bajo estricta vigilancia. Vigilancia que se acentúa cuando alguna autoridad se hace presente. 
Luego el almuerzo; guiso o sopa caliente en invierno, guiso o sopa fría en verano. Por la tarde un poco de estudio: algo de literatura o matemáticas (nadie vaya a decir que somos unos brutos) excepto los viernes que son más variados con actividades "libres" -así le llaman ellos- algunos se cuentan chistes, otros juegan a las cartas y eso. 
Por la noche después de cenar -si es que nos hemos portado bien- nos dejan ver alguna peli de acción o aventura. Siempre las mismas, ya me las conozco de memoria. Para volver a empezar todo igual al día siguiente. Si mantenemos una buena conducta nos dejan salir los fines de semana, cada uno a su casa.

Algunos dicen que la escuela no está tan mal después de todo.

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