No sabía su
nombre cuando la encontré, la tarde de un sábado demasiado caluroso de finales
de octubre. Su estado era lamentable: lastimada, famélica y deshidratada. La
llamé Picha (cómo hacemos todos) cuando se detuvo a tomar agua en la esquina de
Granada y Foster. Me miró, desconfiada y alerta, con las orejas levantadas y lista
para salir corriendo al menor movimiento.
Reconocí su miedo
y su dolor. Al costado de las vías del tren encontró un poco de sombra y se
tiró, exhausta. Porfiada, la seguí, tratando con palabras suaves que entrara en
confianza. Allí pude observarla mejor; tenía peladuras en sus patas y en su
lomo, parecía haber tenido un bozal porque tres marcas en triángulo como de
clavos o púas marcaban su cabeza. Tenía heridas sangrantes en los ojos y el
hocico y estaba llena de sarna.
Cómo pude cargué
a la cachorra hasta mi casa. Y, no les miento, a partir de allí empezó mi
verdadero calvario. Frenética, agitada y babeando, empezó a girar sobre sí
misma agarrándose la cola enloquecida como en una especie de ataque convulsivo.
Estuvo así TODA la noche; temblaba y orinaba con sangre.
En un principio
supuse que sería efecto de alguna droga. A la mañana siguiente, como no cedían
estos “episodios” llamé al veterinario.
No voy a
contarles todo. Costó acostumbrarla. Babea todo y se come mis libros y mis
zapatos. Sí voy a contarles que hoy, a un mes de haberla encontrado, está casi
curada. Y aunque está mucho mejor y tiene otra mirada, estos “ataques” se
siguen dando. Especialmente al mediodía, a las 4/5 de la tarde y a las 4/5 de
la mañana. ¿Por qué en esos horarios? ¿Será que ella escucha sonidos que yo no
y responde a eso?
Si la perra ya no
está enferma, lo que me queda es pensar que alguien condicionó al animal para
que diera vueltas en una especie de calesita. Sabido es desde hace tiempo que
en nuestra ciudad hay “personas” (si es que merecen ese calificativo) que
torturan animales y los “entrenan” para que peleen. “Bailes”, lo llaman.
Las peleas de
perros se han vuelto un flagelo en nuestra ciudad. La gente sabe quién las hace
y dónde. Nadie denuncia. Algunos tienen miedo, a otros no les importa. También
han aumentado los casos de mordeduras en la población.
Trenque Lauquen
antes era una ciudad más pequeña y más tranquila. Durante años tuvimos un
intendente ejemplar que trabajaba a la par (o más) que cualquiera y nos
enorgullecíamos de ser una ciudad “Ecológica”. Ahora somos una ciudad en la que
se tortura animales. Patético, triste, lamentable. No encuentro otras palabras.
Ahora la perrita
tiene un hogar, se deja acariciar y juega con otros perros. Ahora se llama
Loba.
Esta historia
tuvo un final feliz. Agradezco el espacio que me dan para contarla. Aunque no dejo
de pensar en otros perros que quizás estarán ahora sufriendo, siendo golpeados
o maltratados en espera de su próxima pelea.
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