jueves, 27 de febrero de 2014

Reunión

El adulto Alex sintió que había llegado la hora de decidir, de manera que esa noche, - sin previo aviso - convocó a los demás.
 
Aunque la mayoría de las veces pasaba desapercibido, el Alex niño siempre estaba presente... le gustaba salir a nadar y andar en bicicleta, odiaba las matemáticas y las interminables reglas de los adultos lo aburrían mortalmente. Sin embargo había logrado conquistar a Ana y ella lo extrañaba cuando no estaba cerca. Sin saberlo, a pesar de su corta edad era el más sabio de todos.

El Alex viejo se desparramó en su sillón, como siempre. Últimamente se levantaba más cansado de lo que se acostaba y se quejaba por dolores varios. Producto de microlesiones deportivas sufría de reuma, artritis y las rodillas ya no le respondían cómo antes. Recordaba a la Ana inquieta e imparable, la que gustaba de caminar por la playa,  como si fuera ayer. Sin embargo la que más le gustaba a él era la que cocinaba los fines de semana o lo acompañaba los días de lluvia.

Debido a su condición, el joven Alex, tímido, casi no aparecía en este tipo de encuentros... Se lo había visto por primera vez el día que la conoció (esperando el tren) y en alguna que otra reunión con familiares y amigos y aunque estaba seguro que sus opiniones no serían tomadas en cuenta, él disfrutaba de la Ana más callada y melancólica.

El Alex apurado, impaciente y olvidadizo se quedó poco tiempo, por obvias razones. Le tenían sin cuidado estas cuestiones y pensaba que en realidad eran una pérdida de tiempo. Las cosas son o no son. Y no pueden cambiarse.
 
En los últimos minutos apareció "Red Alex", que era impulsivo y entusiasta. Había recibido ese apodo de parte de sus amigos de la universidad gracias a una chaqueta de la que nunca se desprendía. "Red Alex" no pensaba, actuaba. No albergaba miedos, resentimientos ni dudas. Nadaba o saltaba en paracaídas con la misma destreza y aunque jamás lo hubiera reconocido delante de los otros, sentía que Ana aportaba solidez a su vida. Ella era la roca, milenaria, por la que él escalaba. 

A pesar de ser engreído y un poco arrogante, -todos acordaban- a él  pertenecía la inmensa sonrisa que la había conquistado. 
Seguramente, él tendría la última palabra.




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